Recuerdo que en una clase de mi maestría con el Profesor Gabriel Paizy, discutimos sobre cómo podríamos vender un bolígrafo. Hacerlo único para el cliente prospecto y lograr que lo compre. Nunca participé porque no tenía la respuesta muy clara. Lo interesante es que, un día de fin de semana, fui a la playa a despejar mi mente en compañía de un cuaderno y un bolígrafo. Cuando regresé, vi a una mujer de labios pálidos del camino contrario. Cargaba consigo un cuaderno y un bolígrafo. Nos miramos y ambas sonreímos en mutua solidaridad. Fue en ese momento en que pude darme cuenta de que hay sonrisas que crean una cierta conexión que te identifica. Entonces, fue cuando pude ver algo muy curioso... como un cuaderno y un bolígrafo, me vendieron una experiencia.
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